viernes, 29 de abril de 2011

Guatemala, tierra de mártires


La conmemoración del 13 aniversario del asesinato del obispo Juan Gerardi, el 26 de abril, me obliga, como misionero en Guatemala, a hacer memoria histórica del martirio en este país centroamericano, tierra sagrada, regada con la sangre de multitud de hombres y mujeres que soñaron con «otra Guatemala distinta».
Multitud de indígenas, campesinos, sindicalistas, estudiantes, profesionales, políticos, gente de iglesia… fueron asesinados por su compromiso en la construcción de un país más justo, libre y humano.
Me voy a detener en el martirio de aquellos hombres y mujeres que, desde su fe, se comprometieron por la causa de la justicia, que es la causa de Dios.
En la década de los años 70 y 80, los catequistas fueron especialmente buscados y perseguidos por el ejército, la policía y los escuadrones de la muerte debido al liderazgo que ejercen en sus comunidades. Son estos los que han aportado el mayor número de mártires entre los agentes de pastoral. En aquellos años, en muchas regiones del país ya no se podía celebrar la palabra de Dios. La Biblia fue considerada como un libro subversivo, y es que en verdad lo es porque Dios nos llama a practicar la justicia al lado de los pobres y a vivir como hermanos, sin discriminación alguna, y en una realidad de injusticia, desigualdad, discriminación y represión como la que había entonces, la Palabra de Dios se hizo peligrosa para los poderosos y sus fuerzas armadas.
El ejército y la policía constantemente hacían registros en las casas. Si encontraban una Biblia, no sólo la destruían sino que acusaban al dueño de la casa de ser comunista y, en muchos casos se lo llevaban para eliminarlo. Poseer una Biblia en Guatemala en aquellos años era arriesgar la vida. He aquí un testimonio que yo recogí en el año 1981:
«Llegan los soldados a nuestra comunidad, registran las casas. En algunas encontraron Biblias, las pisotearon, las rompieron, las quemaron allí mismo, delante de la familia y decían: 'Si ustedes siguen con esto los vamos a matar'».
Entonces, algunos, para defender sus vidas, enterraron el libro de la Biblia en un rincón escogido dentro de la casa, y colocaron sobre ese lugar una vela encendida, «que simboliza la luz de la palabra de Dios» y por las noches se juntaba la familia y vecinos, recordando algunas frases bíblicas y oraban en torno a ella. En esa época otros catequistas se vieron en la necesidad de trabajar en forma clandestina, reuniéndose en pequeños grupos para no despertar sospechas y para que «los del gobierno no se den cuenta». En estas reuniones celebraban la palabra de Dios, la comentaban entre todos y, en ocasiones, participaban de la Sagrada Comunión, «porque en el Cuerpo de Cristo -decía el catequista Nicolás Castro- encontramos la fuerza para resistir y permanecer fieles a Dios».
A lo largo y ancho del país, centenares de catequistas, veinte sacerdotes, dos religiosas y un obispo fueron asesinados y catorce templos convertidos en cuarteles del ejército. Juntamente con El Salvador, Guatemala es el país de América Latina que más mártires ha tenido.
La Conferencia Episcopal de Guatemala, en un comunicado de agosto de 1981 dijo: «La Iglesia sufre persecución por su fidelidad a la misión que Cristo le ha confiado de liberar al hombre del pecado y de todas sus consecuencias, anunciando el plan de Dios y denunciando con vigor todo lo que se opone al proyecto de vida de Dios…»
La sangre derramada de nuestros mártires de Guatemala y de toda América Latina revela la fidelidad y esperanza que late en nuestras comunidades cristianas. El martirio abre la perspectiva de la trascendencia, de lo absoluto, y como es fruto de fidelidad y esperanza, convoca y anima al compromiso por hacer presente en nuestro país la utopía del reino de Dios. El martirio es signo de resurrección y vida digna para todos.
Es por eso que los cristianos de Guatemala no olvidan a sus mártires. Ellos son una luz en el arduo camino del seguimiento de Jesús y una fuerza que nos motiva a la construcción de una «Guatemala distinta», como señalaba monseñor Gerardi.
El ejemplo de los mártires es hoy un desafío y un estímulo para continuar con la causa por la que ellos dieron su vida: la construcción de una sociedad justa, equitativa y humana, que sea signo de la presencia del Reino.
Monseñor Álvaro Ramazzini, en la celebración del asesinato del catequista Víctor Gálvez, decía:
«Nos llena de alegría, porque sabemos que ellos están en el cielo y porque sabemos que interceden por nosotros. Nos llena de esperanza, porque sabemos que ese es el destino de los hombres y mujeres que merecen aquella afirmación tan clara y profunda de Jesús: 'Felices los que luchan por la justicia, porque de ellos será el reino de los cielos. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados¡».
Los mártires siguen interpelándonos e invitándonos a ser fieles a Cristo y hacer una iglesia viva, profundamente comunitaria y participativa, profética, al lado de los pobres y excluidos, libre y liberadora, comprometida en ser luz, sal y levadura del Reino en medio de la sociedad.

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