viernes, 8 de abril de 2011

Japón: el final está lejos

Beijing, (PL) La tragedia que vive Japón tras el terremoto y tsunami del 11 de marzo último se prolonga con un nuevo sismo y la crisis nuclear causada por esos desastres y de su desenlace se puede adelantar solo una conclusión: el final está lejos.

Devastación, preocupaciones e incertidumbre coinciden en la cotidianidad de una nación desde entonces abrumada con noticias que solo agravan el dolor por las enormes pérdidas humanas.

Los partes diarios de víctimas siempre superan los de la jornada precedente. Los muertos se aproximan a 13 mil y los desaparecidos sobrepasan los 14 mil.

Para muchas familias, la tristeza es mayor porque ese día vieron por última vez a algún ser querido, y ni siquiera saben qué le ocurrió ni cómo terminó su vida.

Otras, aunque con un poco más de suerte -si se le puede llamar así- recuperaron solo el cadáver para enterrarlo varios días después de este azote de la naturaleza, en un país donde la norma es incinerarlo.

Todo ello es una pequeña parte del drama que el sismo de 9.0 grados en la escala de Richter y el subsiguiente maremoto impusieron a los sobrevivientes en las zonas afectadas.

Principalmente resultaron afectadas las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima, en el noreste del archipiélago.

A esa dura realidad se añade la permanencia de personas en centros de evacuación y la escasez de casi todo- electricidad, agua, alimentos y combustible- en medio de una destrucción que obliga a empezar de cero. En muchos lugares nada quedó en pie.

Las estadísticas preliminares indican que la reconstrucción por la peor crisis en la historia posbélica de Japón costará más de 300 mil millones de dólares, en siete prefecturas.

Esa es solo una cifra anunciada 12 días después de lo ocurrido.

Sin olvidar que buena parte de la planta productiva estuvo paralizada y solo ahora comienza a reanudar las labores, aunque gradualmente.

Recuperarse de todo ello tomará mucho tiempo. Para miles implica abandonar las zonas donde residieron durante años y emprender una nueva vida.

Otros quedaron marcados por el dolor generado por pérdidas de vidas humanas, que ni el tiempo borrará.

Pero la tragedia de Japón tiene una segunda parte asociada a los recientes fenómenos naturales, los cuales afectaron seriamente la central nuclear número uno de Fukushima hasta provocar una crisis que preocupa más allá de las fronteras del país.

Casi un mes después de la inolvidable fecha, las consecuencias solo comienzan a conocerse.

Vale recordar que uno de los problemas por resolver es el sobrecalentamiento de los reactores.

Esa misión puede demorar porque antes se debe extraer el agua, ahora contaminada, con la cual se trató de reducir las altas temperaturas. El avance en esa última tarea permitirá realizar las demás labores con vista a restablecer los sistemas de enfriamiento.

Todo urge a fin de estabilizar la situación -si ello es posible- y así intentar contener los escapes de sustancias radiactivas, devenidos la fuente de mayor inquietud para Japón y la comunidad internacional.

El trabajo se hace consciente de que luego vendrá el cierre y desmantelamiento de la planta, proceso que tomará años, de acuerdo con expertos.

Si la tragedia de Fukushima-1, de seis reactores y con 40 años de explotación, se limitara a los desastres y sus daños a la planta, en cierta forma solo habría que culpar a la naturaleza, pero la crisis, sobre todo en los primeros días, reveló episodios lamentables.

Según se informó, los operadores de la central se prepararon para un sismo de gran magnitud, pero no para el impacto adicional de un tsunami, la pérdida de electricidad en el sistema de enfriamiento de reserva y las afectaciones a las piscinas de las barras de combustible usadas.

Una de las tempranas conclusiones sobre el enfrentamiento de esta situación es que la empresa Tokyo Electric Power Company (Tepco) no respondió con la necesaria urgencia y subestimó los peligros.

Tanto esa compañía como el gobierno actuaron con lentitud al difundir la información sobre el estado de los reactores, sus planes para resolver los problemas y el alcance de la contaminación radiactiva, todo lo cual solo aumentó la incertidumbre y temores entre la población, todavía por calmar.

Peor aún, en ocasiones los datos divulgados tenían errores, como sucedió con los de algunas mediciones de la radiación.

Una de las revelaciones más lamentables es la siguiente.

De acuerdo con las actas de mayo pasado de la Cámara Baja, el gobierno estaba consciente de la posibilidad de que los núcleos de los reactores pudieran fusionarse parcialmente si se afectaba el suministro eléctrico, lo que impediría enfriar el combustible.

El jefe de la Agencia de Seguridad Industrial y Nuclear de Japón, Nobuaki Terasaka, afirmó el 26 de marzo: es lógicamente posible que el núcleo de un reactor se fusione si se interrumpen las fuentes exteriores de electricidad, lo que paralizaría los sistemas de enfriamiento de la planta durante horas.

Además de las consecuencias en la central y sus zonas cercanas, incluido el mar, hacia donde se vertieron miles de toneladas de agua contaminada, esta crisis impone resolver otras.

Por citar solo una, cerca de 30 economías suspendieron las importaciones de productos agrícolas y otros alimentos japoneses por temor a la contaminación radiactiva.

Con los momentos finales todavía lejos, Fukushima-1 por ahora deja como otra conclusión la necesidad de revisar la política nuclear de Japón, proceso prometido por el primer ministro Naoto Kan y válido también para muchas otras naciones.

Al menos, ya llega una señal en ese sentido. Tepco anunció que desistirá de sus planes de añadir dos reactores a la central.

La decisión es muy lógica. Primero se debe controlar la actual crisis y ello tomará mucho tiempo, como reconoce el gobierno, en tanto se deberá convencer a la población de que la opción nuclear es segura. Esa tarea resulta difícil porque lo sucedido y la forma de enfrentarlo en nada ayudan.

Debe recordarse además que los efectos de la radiación, tanto en el medio ambiente como en la salud humana, están por precisarse, aunque algunos ya son evidentes, como la contaminación marina. Solo el tiempo permitirá conocerlos.

Así la tragedia de Fukushima se suma a las de Chernobyl, en abril de 1986, y Three Mile Island (Estados Unidos), en marzo de 1979.

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